Y hoy, al inaugurar este espacio de reflexión, reafirmamos que nuestro deber no se limita a legislar; también nos corresponde fomentar y proteger aquello que sostiene a Puerto Rico: su fe, sus valores y sus principios.

La escultura que aquí contemplamos — un hombre, una mujer, un niño y una niña —, en un acto de redención y esperanza universal es una estampa que nos recuerda que todo ser humano busca un propósito, una misión que lo impulse y le inspire a seguir adelante. La ausencia de rostro es símbolo de que no importa la religión, la tradición o la cultura, la fe nos humaniza, nos fortalece y nos une como pueblo. Cada visitante podrá verse reflejado en ellas, reconociendo la universalidad de la experiencia humana.

La Plaza del Creyente también nos invita a reflexionar sobre algo esencial: sin valores no hay verdadera democracia, ni comunidad que perdure. Creer en Dios, creer en la familia, creer en Puerto Rico y en su gente es lo que nos permitirá seguir venciendo las adversidades trazando un futuro mejor.

Hoy entregamos al pueblo un lugar de encuentro, de reflexión y de inspiración. Un recordatorio de que las raíces de Puerto Rico no se sostienen en promesas vacías, sino en los valores eternos que nos distinguen como pueblo creyente y solidario.

Que esta plaza inspire a todos los que nos visiten a no perder nunca la fe en Puerto Rico. La fe en nuestro talento, en nuestras instituciones, en nuestras familias y, sobre todo, en la capacidad de nuestra gente de superar las adversidades y continuar levantando a nuestra patria, parte esencial del legado que este Senado de Puerto Rico deja para las próximas generaciones.

¡Muchas gracias!